La casa encantada
Había una vez una niña a la que le
gustaban las historias de miedo. Tenía muchos libros con historias espeluznantes,
todos compradas con sus propinas, ya que a sus padres no les gustaba ese tema,
por lo que se negaban a comprarle sus libros preferidos.
Un día que toda la familia iba de paseo, la
niña descubrió en el escaparate de una juguetería una hermosa casa encantada,
de papel, para recortar y montar manualmente. En el fondo de la buhardilla, se escondía
un fantasma, otro en la puerta de la entrada daba la bienvenida. En una de las
habitaciones había un ataúd y un vampiro junto a él. En la otra, yacía
Frankenstein. Todas las habitaciones estaban habitadas por algún ser
terrorífico, todas excepto una.
Era una casa que realmente daba miedo, era...
espeluznantemente hermosa. O al menos eso pensaba la niña.
Por desgracia sus padres no coincidían
con ella. Les pareció que era algo horrible. La niña intentó convencerles de
que se la compraran, lloró, suplicó y rogó pero todo fue en vano. Como último
recurso, utilizó la proximidad de su cumpleaños, pero esto tampoco convenció a
sus padres.
Toda la familia quedó destrozada por la discusión, la niña por no conseguir lo que quería y sus
padres porque no entendían esa obsesión de su hija... Todos juntos, volvieron a casa.
Pasado un mes, la niña había reunido
suficiente dinero como para comprar la mansión encantada de papel. Nada más salir de la escuela, sin decir
nada a nadie, se dirigió a la jugueteria en la que vio la casa. Afortunadamente
aún quedaba la del escaparate. La niña pagó y se fue muy contenta, pensando en
lo bien que quedaría en su estantería.
Pero toda su felicidad se esfumó al
llegar a casa, pues a sus padres no les agradó la idea de que hubiese comprado
la mansión sin su permiso. No es un juguete para tu edad, es algo horrible y
espeluznante, estás obsesionada, le había dicho su padre. Finalmente su madre
alegó que se fuera castigada a su habitación y que si tanto le gustaba su casa
encantada que se quedara a vivir en ella.
A la hora de la cena, la madre de la niña
llamó a la puerta y dijo con ánimo de hacer las paces:
- ¿Todavía estás enfadada?
Nadie contestó.
-¿Vamos? Contesta... Sabes que no lo he
dicho en serio. ¡Quédate con la casa encantada si tanto te gusta!
Tampoco obtuvo contestación.
-Bueno... te dejo la cena junto a la
puerta.
A la mañana siguiente, que era sábado y
no había colegio la madre descubrió asombrada que la bandeja con la comida
estaba intacta. Después de llamar a la puerta entró en la
habitación de la niña. La madre descubrió con asombro que... ¡no había dormido
en su cama! Todo estaba tal y como la había dejado ella la mañana anterior.
Entonces, su mirada fue a dar con la casa
encantada, y recordó un extraño sueño. Su hija le había dicho que iba a vivir
en la mansión con el resto de los seres terroríficos. Le recorrió un escalofrío
por la espalda al recordar su horrible pesadilla.
Con un poco de miedo abrió cada puerta y
ventana de la casa. Miró en todas las habitaciones. No había rastro de la niña.
Solo quedaba la buhardilla... con aquel fantasma en su interior.
Y fue allí, junto al fantasma, donde
encontró una figura, una pequeña silueta también de papel, que era el retrato
de su hija.
Al principio pensó que sería una broma de
ella, pero enseguida desechó la idea. Llamó a la policía pero... a pesar de sus
investigaciones no había ni rastro de la niña... no pudieron encontrarla.
Pasados algunos días, la madre vio en la
habitación vacía de la casa encantada un cuarto exacto al de su hija, pero en
papel. Su niña, esa figurita de papel que había encontrado días antes en la buhardilla
de la mansión, enseñaba ahora su habitación al igual que lo hacían el resto de
los fantasmas.
La mujer pegó un grito que quedó ahogado
en su propia tristeza.
Fin...